CLAUDIO:
TE ADJUNTO UN ARCHIVO CON UNA CARTA DE LECTORES QUE EL CIAL (CENTRO DE INGENIEROS AGRÓNOMOS DE LEONES) MANDÓ A LOS DIARIOS, PARA QUE LA PUBLIQUES EN LA VIDRIERA.
GRACIAS.
SALUDOS ,..... Hernán Gassmann
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Señor Director:
En los últimos tiempos se han realizado en los medios de comunicación numerosas referencias al tema de los agroquímicos, que han sembrado alarma entre la población al mencionar todos los supuestos males y daños que pueden causar. No desconfiamos de los estudios científicos serios efectuados al respecto y creemos que hay que seguir aunando esfuerzos, para llevar adelante más campañas de educación sobre el uso correcto de esos productos y exigir a los organismos oficiales que continúen y profundicen los controles. Existe una serie de recomendaciones y técnicas, para evitar que los agroquímicos lleguen más allá del lote específico al que están destinados, lugar en el que luego de un tiempo son degradados y desactivados por los microorganismos del suelo. También es sabido que las arcillas y la materia orgánica retienen por un tiempo a estos productos e impiden de ese modo que alcancen las napas de agua. Todo depende de cada agroquímico, que posee características propias. Numerosas investigaciones ya realizadas e investigaciones en curso, van haciendo posible encontrar nuevas prácticas que minimicen los riesgos ambientales.
Debemos tener cuidado con la información que a veces irresponsablemente se libera a través de los medios. Se está creando una psicosis, en muchos casos sin sentido y a partir de datos erróneos. Nos encontramos con frecuencia con gente que opina sobre temas que no son de su especialidad. A nosotros difícilmente se nos ocurriría hablar de cómo actúan los medicamentos, porque no somos expertos en salud. Para eso están los médicos. Pero en los últimos tiempos parece que cualquier persona es competente en fisiología vegetal, suelos o agroquímicos. No desconfiamos de sus intenciones, que son buenas en la medida que están ligadas con la salud de la población. Algo que, por supuesto, también nos interesa preservar a nosotros, que día a día estamos en contacto con el medio rural.
Habría que empezar por usar correctamente los términos. “Fumigar” viene de la palabra “fumus” que significa “humo”. El humo tiene las propiedades de un gas y se dispersa en el ambiente. Muchos recordarán las pastillas fumígenas de gamexanne, que se prendían fuego para que el humo se disperse por el ambiente y que se usaban para matar los insectos de una habitación. ¡Cuánto más tóxicos eran esos productos usados antiguamente a base de insecticidas fosforados y clorados! Por suerte aparecieron las piretrinas, que constituyen la base de los insecticidas que hoy se usan ampliamente en los hogares en forma de aerosoles. Efectivas para los insectos (animales de sangre fría), son de mucha menor toxicidad para el hombre (organismo de sangre caliente). Ni hablar de cuánto menos peligrosas resultan que los anteriores fosforados y clorados, que se empleaban para el control de piojos e insectos en el ámbito doméstico. De igual manera, a nadie se le ocurre rociar la comida con estos productos. Eso sería un mal uso.
Afortunadamente el avance de la ciencia nos pone a disposición productos que entrañan cada vez menos riesgos para la salud humana y que resultan también cada vez más amigables para el medio ambiente. Tal es el caso de los nuevos insecticidas hormonales para plagas, que sólo afectan a las especies que dañan los cultivos y no son tóxicos para los demás insectos ni para el hombre. Del mismo modo, los herbicidas que se utilizaban antes de que se generalice la siembra directa y el glifosato eran de mucho mayor riesgo y efecto residual.
Vale la pena aclarar al respecto que la siembra directa es una práctica conservacionista. Las labranzas aceleran la descomposición de la materia orgánica del suelo, aumentan la infiltración de compuestos hacia las napas subterráneas y exponen a la tierra a una mayor erosión hídrica y eólica.
Volviendo al significado de la palabra “fumigar”, el diccionario aclara: “desinfectar por medio de humo, gas, etc.”. Por eso el término está mal empleado cuando se lo utiliza para aludir a prácticas de “pulverización”. La diferencia es crucial, porque “pulverizar” significa dispersar en una superficie un producto fitosanitario diluido en agua. Son pequeñas gotas que no tienen la propiedad de un gas de dispersarse en el aire, sino que –de acuerdo a su peso y al viento- caen a poca distancia desde su liberación. Esto es muy relevante porque, mediante técnicas de aplicación que tienen en cuenta el tamaño de la gota, la velocidad y la dirección del viento, se pueden dirigir las mismas para que caigan dentro del lote de producción y no lleguen más allá de unos pocos centímetros. También es cierto que una aplicación defectuosa puede llevar a que la zona afectada sea de varios metros, pero entonces ya estaríamos hablando de un mal uso del agroquímico. Un producto que generalmente es muy caro, que cotiza en dólares y que difícilmente un agricultor aplique “indiscriminadamente” con la intención de que termine en otro lado que no sea su propio campo, en donde debe actuar para proteger su cultivo.
Por todo lo dicho, es imprescindible dejar aclarado que: - Organismos oficiales como Senasa determinan los distintos grados de toxicidad de los productos fitosanitarios y en función de ellos es posible establecer técnicas adecuadas de manejo. - Las nuevas tecnologías nos están aportando cada año agroquímicos de menor toxicidad y con menor impacto ambiental. - Para los productos que todavía entrañan riesgos toxicológicos existen técnicas adecuadas de aplicación y tratamiento que impiden que se provoquen perjuicios a las personas. - Mientras los organismos oficiales son los encargados de los controles, el uso responsable es algo que nos compete a todos.
El Ministro de Agricultura, Ganadería y Alimentos de la provincia, Carlos Gutiérrez, ha propuesto con acierto “endurecer los protocolos ya previstos, no en términos de prohibición sino de profundización de las buenas prácticas”. Por su parte, el titular de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba, Gustavo Irico, dijo que desde su área existe un fuerte compromiso para avanzar junto a la cartera agropecuaria para evitar todas aquellas prácticas que puedan ser dañinas para la salud humana: “Analizaremos las patologías existentes y los riesgos a partir de un riguroso método científico. Somos concientes de la necesidad que tiene la comunidad de recibir información acerca de un tema tan sensible. Pero desde los fundamentalismos y la descalificación no se construye nada”.
Educar, transmitir las buenas prácticas y controlar, son las tareas necesarias para armonizar los intereses de todos. Permitirán la convivencia saludable y en paz de todos los que habitamos las comunidades rurales. Asustando, sólo creamos miedo promoviendo la intolerancia y el odio.
En los últimos tiempos se han realizado en los medios de comunicación numerosas referencias al tema de los agroquímicos, que han sembrado alarma entre la población al mencionar todos los supuestos males y daños que pueden causar. No desconfiamos de los estudios científicos serios efectuados al respecto y creemos que hay que seguir aunando esfuerzos, para llevar adelante más campañas de educación sobre el uso correcto de esos productos y exigir a los organismos oficiales que continúen y profundicen los controles. Existe una serie de recomendaciones y técnicas, para evitar que los agroquímicos lleguen más allá del lote específico al que están destinados, lugar en el que luego de un tiempo son degradados y desactivados por los microorganismos del suelo. También es sabido que las arcillas y la materia orgánica retienen por un tiempo a estos productos e impiden de ese modo que alcancen las napas de agua. Todo depende de cada agroquímico, que posee características propias. Numerosas investigaciones ya realizadas e investigaciones en curso, van haciendo posible encontrar nuevas prácticas que minimicen los riesgos ambientales.
Debemos tener cuidado con la información que a veces irresponsablemente se libera a través de los medios. Se está creando una psicosis, en muchos casos sin sentido y a partir de datos erróneos. Nos encontramos con frecuencia con gente que opina sobre temas que no son de su especialidad. A nosotros difícilmente se nos ocurriría hablar de cómo actúan los medicamentos, porque no somos expertos en salud. Para eso están los médicos. Pero en los últimos tiempos parece que cualquier persona es competente en fisiología vegetal, suelos o agroquímicos. No desconfiamos de sus intenciones, que son buenas en la medida que están ligadas con la salud de la población. Algo que, por supuesto, también nos interesa preservar a nosotros, que día a día estamos en contacto con el medio rural.
Habría que empezar por usar correctamente los términos. “Fumigar” viene de la palabra “fumus” que significa “humo”. El humo tiene las propiedades de un gas y se dispersa en el ambiente. Muchos recordarán las pastillas fumígenas de gamexanne, que se prendían fuego para que el humo se disperse por el ambiente y que se usaban para matar los insectos de una habitación. ¡Cuánto más tóxicos eran esos productos usados antiguamente a base de insecticidas fosforados y clorados! Por suerte aparecieron las piretrinas, que constituyen la base de los insecticidas que hoy se usan ampliamente en los hogares en forma de aerosoles. Efectivas para los insectos (animales de sangre fría), son de mucha menor toxicidad para el hombre (organismo de sangre caliente). Ni hablar de cuánto menos peligrosas resultan que los anteriores fosforados y clorados, que se empleaban para el control de piojos e insectos en el ámbito doméstico. De igual manera, a nadie se le ocurre rociar la comida con estos productos. Eso sería un mal uso.
Afortunadamente el avance de la ciencia nos pone a disposición productos que entrañan cada vez menos riesgos para la salud humana y que resultan también cada vez más amigables para el medio ambiente. Tal es el caso de los nuevos insecticidas hormonales para plagas, que sólo afectan a las especies que dañan los cultivos y no son tóxicos para los demás insectos ni para el hombre. Del mismo modo, los herbicidas que se utilizaban antes de que se generalice la siembra directa y el glifosato eran de mucho mayor riesgo y efecto residual.
Vale la pena aclarar al respecto que la siembra directa es una práctica conservacionista. Las labranzas aceleran la descomposición de la materia orgánica del suelo, aumentan la infiltración de compuestos hacia las napas subterráneas y exponen a la tierra a una mayor erosión hídrica y eólica.
Volviendo al significado de la palabra “fumigar”, el diccionario aclara: “desinfectar por medio de humo, gas, etc.”. Por eso el término está mal empleado cuando se lo utiliza para aludir a prácticas de “pulverización”. La diferencia es crucial, porque “pulverizar” significa dispersar en una superficie un producto fitosanitario diluido en agua. Son pequeñas gotas que no tienen la propiedad de un gas de dispersarse en el aire, sino que –de acuerdo a su peso y al viento- caen a poca distancia desde su liberación. Esto es muy relevante porque, mediante técnicas de aplicación que tienen en cuenta el tamaño de la gota, la velocidad y la dirección del viento, se pueden dirigir las mismas para que caigan dentro del lote de producción y no lleguen más allá de unos pocos centímetros. También es cierto que una aplicación defectuosa puede llevar a que la zona afectada sea de varios metros, pero entonces ya estaríamos hablando de un mal uso del agroquímico. Un producto que generalmente es muy caro, que cotiza en dólares y que difícilmente un agricultor aplique “indiscriminadamente” con la intención de que termine en otro lado que no sea su propio campo, en donde debe actuar para proteger su cultivo.
Por todo lo dicho, es imprescindible dejar aclarado que: - Organismos oficiales como Senasa determinan los distintos grados de toxicidad de los productos fitosanitarios y en función de ellos es posible establecer técnicas adecuadas de manejo. - Las nuevas tecnologías nos están aportando cada año agroquímicos de menor toxicidad y con menor impacto ambiental. - Para los productos que todavía entrañan riesgos toxicológicos existen técnicas adecuadas de aplicación y tratamiento que impiden que se provoquen perjuicios a las personas. - Mientras los organismos oficiales son los encargados de los controles, el uso responsable es algo que nos compete a todos.
El Ministro de Agricultura, Ganadería y Alimentos de la provincia, Carlos Gutiérrez, ha propuesto con acierto “endurecer los protocolos ya previstos, no en términos de prohibición sino de profundización de las buenas prácticas”. Por su parte, el titular de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba, Gustavo Irico, dijo que desde su área existe un fuerte compromiso para avanzar junto a la cartera agropecuaria para evitar todas aquellas prácticas que puedan ser dañinas para la salud humana: “Analizaremos las patologías existentes y los riesgos a partir de un riguroso método científico. Somos concientes de la necesidad que tiene la comunidad de recibir información acerca de un tema tan sensible. Pero desde los fundamentalismos y la descalificación no se construye nada”.
Educar, transmitir las buenas prácticas y controlar, son las tareas necesarias para armonizar los intereses de todos. Permitirán la convivencia saludable y en paz de todos los que habitamos las comunidades rurales. Asustando, sólo creamos miedo promoviendo la intolerancia y el odio.
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