Andrés Baleani vivía en Inriville. Alguien juró asesinarlo. Su familia teme lo peor. Rastrillajes no dieron resultado. La recompensa tampoco. La causa acumula interrogantes.
Desde hace tres años, dos mujeres no duermen por las noches. Una se pasa horas mirando por la ventana y espera que el teléfono suene con la noticia salvadora. Otra se pasa los días averiguando, buscando respuestas, anotando datos en una carpeta negra.
Son la madre y la hermana de Andrés Horacio Baleani, un albañil de quien no se sabe nada desde hace tres años. A sus 54 años, el hombre se volvió una sombra en Inriville, 200 kilómetros al sudeste de la ciudad de Córdoba.
Poco y nada se sabe de Baleani. Había pistas, pero el avance de las distintas investigaciones terminó haciendo que muchas queden en nada. Hubo sospechosos, pero las diferentes averiguaciones terminaron casi en camino muerto.
Su familia lo da por muerto. En realidad, cree que fue asesinado. Lo mismo piensan en la Justicia.
En la Fiscalía de Marcos Juárez se acumulan fojas en un expediente que por ahora devuelve incógnitas en vez de certezas. El trabajo se hace de manera hermética. El caso es investigado por detectives de la Policía Judicial.
El Gobierno de la Provincia, tras el reclamo de la familia, ofreció una recompensa de 200 mil pesos. La cifra no logró que quien sepa la verdad, por ahora, se acerque a compartirla.
“Pedimos por favor que quien sepa algo, hable. Aunque más no sea de manera anónima. Hay una familia que está destruida. Hace tres años que no sabemos nada. ¿Vos sabés lo que es tener a alguien desaparecido?”, sostiene Mariana, hermana de Andrés.
La mujer lleva adelante una investigación paralela, aunque está en permanente contacto con los detectives. En su carpeta apunta datos, fechas, horas, testigos, nombres. Mariana vive en Córdoba capital y de manera periódica viaja a su Inriville en busca de ese dato clave que aún no aparece.
“En Inriville y zonas cercanas hay gente que sabe lo que pasó, lo que le hicieron, pero tiene miedo de hablar”, añade la mujer. ”Los homicidas están sueltos”, dice.
Volver y desaparecer
Andrés Baleani mató a su hermano Nicolás de un escopetazo tras una discusión por la tenencia de un perro de carrera. Ocurrió en el mismísimo Inriville en 2008.
En aquel pueblo aún hoy muchos recuerdan de qué manera el asesino, lejos de intentar huir, fue a entregarse a las autoridades.
Andrés nunca negó los cargos. Siempre se mostró arrepentido. Un tribunal lo sentenció a ocho años de prisión por homicidio agravado por el uso de arma.
Cuentan en el pueblo que, apenas cayó preso, alguien profirió una venganza: juraron matarlo cuando volviera a la calle.
Al parecer, habría sido alguien del entorno del fallecido.
Y Andrés, tras cumplir la condena, decidió regresar a su Inriville. Corría abril de 2016.
Con la idea de empezar una nueva vida, Andrés volvió al pueblo, se asentó junto a su madre y empezó a trabajar en changas.
Cuatro meses después, el 29 de agosto siguiente, ya no volvió a dormir a casa. Nunca más se supo de él. La tierra pareciera habérselo tragado.
Los relatos son confusos. Que se fue a pescar con un amigo, que se juntó con un vecino en un bar tras la jornada laboral, que un poblador supuestamente lo llevaba a su casa, que salió a pasear a su perra. Las versiones se pierden por ahora en un mapa sin resolución.
Pasaron tres años y su paradero es un completo enigma y desafío para los investigadores.
Descartadas las hipótesis de un suicidio o un accidente, en la Justicia se orientan por un asesinato.
Se realizaron diversos rastrillajes y hasta excavaciones y rastreos en propiedades. Se ordenaron muestras de ADN. Días atrás, se concretó una nueva excavación en un terreno de la región. Nada.
En la fiscalía hay un hermético silencio. “Estamos trabajando sin pausa, nunca bajamos los brazos”, sostuvo el fiscal Fernando Epelde y se llamó a silencio.
“Varios dijeron que cuando Andrés saliera de la cárcel, iban a matarlo. Estamos seguros de que así fue. Que alguien nos cuente qué pasó, por favor… Es desesperante”, dice Mariana Baleani.
Por las noches, le cuesta dormir.
Igual que a su madre, quien mira por la ventana y espera ese llamado telefónico que no llega.
Info: La Voz del Interior
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